Sereno, conciso, lúcido y con humor; amable y cero drama con ser hijo de un padre famoso. Así se muestra Ricardo Darín, que a sus 26 años, prefiere que lo llamen Chino, y que, en diálogo con Escenario, se comporta con la misma corrección y buena disposición que demuestra su papá en sus entrevistas. Darín, que estudió cine y teatro después de probar con ingeniería, dice que no iba a castings porque sabía que lo iban a elegir, hasta que un productor lo convenció. Hizo bien. En “Muerte en Buenos Aires” interpretó sin fisuras a una especie de Tadzio porteño en versión policial, y en “Voley” -comedia actualmente en cartel en Rosario- encarna la franqueza de un chico enamorado. Después de una intervención en “Farsantes”, ahora está concentrado en las grabaciones de su primer protagónico en televisión para la serie “Puccio, historia de un clan”, junto a Cecilia Roth y Alejandro Awada. Con todo, afirma: “Yo nunca estoy muy seguro de nada. No sé qué va a pasar en el futuro. Es sumamente incierto”.
Chino Darín, el joven actor que busca su destino

—¿Cómo vivís la experiencia de hablar con los medios, hacer notas, la fama?
—Por un lado es sumamente para agradecer, es una retribución a lo que tratamos de hacer como artistas, y que eso suceda es placentero y conmueve. En eso está bárbaro. Por otro lado es algo que probablemente no haría si no fuera por una cuestión profesional. No es algo que personalmente me conmueva demasiado, simplemente porque a veces se corre un poco el eje de la entrevista de la vida profesional a la vida privada, que no es una cuestión que a mí me interesa ventilar. Crecí en una familia bastante expuesta públicamente, así que eso no está dentro de mis prioridades.
—¿Cuál fue tu mayor desafío hasta ahora?
—Como experiencia, “Voley” fue un lujo porque fue en un lugar soñado, con un equipo de primera, profesional, técnico y humano. Lo pasamos bárbaro, y eso que esas convivencias a veces se hacen difíciles porque hay un laburo de por medio y cadenas de mando. Podría haber aflorado cualquier otro tipo de cosas, pero no fue lo que pasó. Pero sinceramente mi carrera hasta acá es tan corta que casi todos los proyectos que tuvieron algún aporte o influencia en mi vida profesional en el punto que estoy ahora, fueron no sólo por los resultados, sino por transitar cosas nuevas y aprender en el camino.
—Te movés con libertad por distintos géneros desde el policial, al drama y la comedia...
—Me encantaría poder hacer eso a lo largo de toda mi carrera, por llamarlo de alguna manera, a esto que pudiera suceder con mi vida, porque básicamente yo soy fanático del cine, y accedí al cine a través de grandes actores a través de lo ancho y largo del mundo. Y en general los que más me gustan tienen versatilidad. Tal vez no sólo como intérpretes sino por poder habitar mundos muy distintos. Cuando se logra eso me parece sublime, y son muy pocos los casos. Pero me gustaría investigar mundos y lenguajes distintos. Si uno se embarca en proyectos dramáticos seguidos, hay cosas con las que uno se va quedando. La diversidad nos nutre a todos en todo sentido.
—Como buen fanático del cine y por otras razones habrás visto “Relatos salvajes”. ¿Podés ser objetivo en tu opinión con el trabajo de tu padre?
—Sí, creo que sí. De hecho creo que puedo ser objetivo en que en ninguno de mis dos cuentos favoritos de esa película está la cara de mi padre. Pero también es cierto que hay historias de las que uno logra separarse un poco menos. En este caso es una película en la que mi padre debe estar 7 u 8 minutos completos con su cara en pantalla, que comparado con lo que estoy acostumbrado es bastante poco... Pero la disfruté muchísimo. Me parece una película genial en muchos aspectos. He visto un montón de otras películas que se componen de cortos, ya sea ilados por una temática, o por un lugar, una estética, o una idea, y en este caso me parece que Damián (Szifron) lo hizo mejor que ninguno que haya visto antes. Eso me parece un hallazgo para nuestro cine y un valor para él. Pero disfruté muchísimo en particular el de (Leonardo) Sbaraglia, y el de Erica Rivas con (Diego) Gentile. Me parecen unas joyitas los dos. Pienso que esa película tiene que ser un orgullo, más allá de lo que pasó con los Oscar.
—Cómo te decidiste por esta carrera, porque parece que ponés algo de incertidumbre al llamarla de esa forma...
—No lo veo mucho de esa manera porque yo nunca estoy muy seguro de nada. En este momento estoy tratando de disfrutarla y aprender todo lo que pueda y dedicarme a esto que realmente me gusta y que descubrí como una pasión. Eso es una realidad. Pero no sé qué va a pasar en el futuro. Es sumamente incierto.
—¿Tu caso es como el de esas familias donde la profesión se hereda o dudaste?
—Fue muy dudada. Son esas cosas con las que uno se cría. Creo que en mi caso es como el del hijo de un zapatero que hace zapatos: hay una cantidad de información y espacio mental dedicado a eso en particular. Es como un imán: produce rechazo o magnetismo. En este caso me producía bastante rechazo. Pensando en que me iba dedicar a la ingeniería, hubo algo más fuerte que me llevó a anotarme en una escuela de teatro y en la Universidad de Cine en paralelo y me pareció que era el momento de averiguarlo. Creo que no hice mal. Después de un par de años puedo disfrutar de esa decisión.
—¿En algún momento te pesa el apellido, ser el hijo de?
—No soy del todo consciente de eso. Nunca lo sentí como un peso, algo que no pudiera terminar de resolver o una presión extra. Pero sí me pasó algo que tuvo que ver con cómo soy en general. Durante los primeros años que estudié teatro, aun sabiendo eso, no me animaba a ir a ningún casting ni a trabajar en nada. Me parecía ridículo que me ofrecieran laburo a esa altura sin haberme visto nunca en mi vida porque eso era vincularme directamente con el apellido de mi viejo. Así que lo evité durante bastante tiempo hasta que casi por casualidad fui a un casting por un productor con el que compartí una mesa y que me dijo “no seas boludo, qué te importa”. Y tuvo razón. La verdad es que le debo esto a Beto Pironti (ríe). Pero sí soy consciente que durante esa etapa tenía un tipo de traba o de freno que asociaba a no sentirme preparado emocionalmente ni con las herramientas necesarias para una instancia cuasi evaluativa, o así lo veía yo.
—¿Tenías miedo que las puertas se te abrieran por ser Darín?
—No era un temor. Era plenamente consciente de esto. Hubo miles de casos. No era como un cuco, sino que estaba particularmente atento a eso, no a que no sucediera porque eso no lo podía controlar, pero sí a tratar de identificar cuándo sucedía.
—¿Tu papá te critica, lo criticás?
—La crítica sucede constantemente en todos los ámbitos de la vida. En general, por suerte desde un aspecto optimista y pensando a futuro para mejorar las cosas. No en particular en lo profesional, sino como una práctica constante. Practicamos mucho la discusión en nuestra familia y lo considero un baluarte porque lo hacemos de una forma bastante deportiva, por la discusión misma, y por ofrecer distintos puntos de vista cuando realmente pensamos diferente. Me parece que de eso nos nutrimos un poco y eso baña nuestra vida profesional también.
—Aparentemente no cumplís con el estereotipo del hijo problematizado de famosos...
—No se cuál es el problema de los que lo sufren así (ríe). Sí entiendo la invasión de la vida privada o cuestiones donde se pierde el anonimato o la privacidad, pero lo entiendo como una molestia para casi cualquier persona en cualquier ámbito, no sólo para los artistas. Básicamente a nadie le gusta que lo invadan ni en el espacio físico, ni mentalmente, ni espiritualmente. Es lógico que en algún momento te puede abrumar porque la gente no suele reparar en el aspecto humano de las personas que pasan a ser víctimas de esto, pero lo entiendo como parte del juego, si bien no estoy demasiado de acuerdo porque esas son las reglas del juego que se han establecido, y no porque sea el juego que me he dedicado a jugar. Trataré de cambiarlo en la medida que me sea posible, pero sé que no depende de mí.