Cuando la borrasca se suavice en medio de este páramo desolado nos daremos lo que los muertos no han tenido: abrazos de piel. Es la forma más ascética de limpiarnos por dentro. Cómo gestionar una realidad que no deja de mutar, que perfora la médula del desconcierto: te contagia quien más te quiere, quien más te besa, quien más te abraza, quien te da la mano, quien te ayuda a cruzar la calle, quien te protege. La ternura y el cariño como milicias infames de una pandemia por el coronavirus descontrolada. El mundo al revés.
Coronavirus: lo más contagioso es el miedo
Da la impresión que todos los muertos del mundo han atracado en los muelles de nuestra vanidad, de nuestra extravagancia extrema como sociedad absurda y desigual. Tanta deuda indecente, tanta carrera armamentística para que un “bichito” diabólico y descontrolado nos deje sin aliento, y los generales de la OTAN, paralizados por este infierno metafísico, no puedan ni toser, ni sonarse la nariz.
Hay algo de naufragio en este sinsentido colectivo. De repente nos escondieron nuestro mejor juguete -la sociedad de consumo- y quedamos desolados, sin comprender que nuestro verdadero equipaje son las emociones, las ideas, lo que sabemos, lo que hemos leído, soñado, deseado, nuestros sentimientos, y también los placeres que nos hemos otorgado.
En la ciudad vacía se escondieron los atascos, pero hay atascos de tristeza, de estupor, de miedo. Lo que emerja cuando pase la guadaña será un mundo más pobre y desigual. Lo sabemos. Pero habrá que revisarlo. Sin tragedia no hay catarsis.
Desde la frase de Rimbaud, “el desarreglo de todos los sentidos”, España se ha convertido en el segundo país del mundo en contagios y en muertes. El primer lugar en contagios es para Estados Unidos, y en contagios para Italia. A pesar de la cifras tan dolorosas, el país ibérico empieza a doblegar la curva en un descenso significativo. El miedo no desaparece, pero el confinamiento extremo ha reforzado el método como la mayor esperanza. Aun así, la pandemia se padece de forma desigual. La Rioja, la Comunidad mas diminuta de España, se ha convertido en unos de los focos de infección más importante de Europa: 870 casos por cada 100.000 habitantes. La segunda comunidad por contagios es Madrid, con 523 casos por cada 100.000 habitantes. Baleares (Mallorca, Ibiza, Menorca y Fuerteventura) presumen de 1.320 contagios, 110 casos por cada 100.000 habitantes. Lombardía, el foco más virulento de Italia, concentra hoy 279 casos de contagio por cada 100.000 habitantes. La disparidad se percibe como el pecado de existir en el lado equivocado de la historia.
Los hospitales continúan sin dar abasto y se enquistan en la lógica pragmática de no recibir enfermos si no revisten alta gravedad. El 87 por ciento de los infectados residen en sus casas, controlados por los especialistas sanitarios.
Las razones se acumulan para ser apocalíptico, a los cuatro jinetes le podemos agregar un par más: pandemia y crisis económica. Herbert Holden Throrp director de Science, la publicación de divulgación científica más prestigiosa del planeta, dejó entrever que los epidemiólogos manejan la proporción aritmética del 80/15/5. El 80 por ciento de los europeos (el resto del mundo en espera) se contagiaran del virus sin enterarse. Este grupo de contagio será tan leve que un par de comprimidos de analgésico y antipirético solucionaran el problema. El 15 por ciento presentará síntomas de neumonía y necesitará tratamiento, y el otro 5 por ciento tendrá que ingresar en la unidad de cuidados intensivos. Este 5 por ciento es el gran desafío de las economías mundiales y de una sanidad pública próxima a colapsar como último refugio humano.
La irreverente frase de Bill Clinton: “es la economía, estúpido” , se ha incrustado en la médula profunda del mercado. Cuando el consumo desaparece el sistema se tensa, y lo que hiere y raspa sólo puede empeorar con el tiempo. No hay vacuna ni se le espera para el pánico y el miedo de las altas finanzas. Los lideres mundiales afrontan el dilema existencial de asumir con desanimo los miles de muertos o dejar morir enormes pedazos de economía que sustentan la vida de las personas. La naturaleza humana esconde rincones sombríos, impenetrables, donde “se extingue todo residuo de piedad”, según Primo Levi, pero hay palabras que definen toda una época, y hoy es humanidad. En este aislamiento existencial los recuerdos se alinean como un rosario de cicatrices, algunos se fueron definitivamente con la huida, con el mito de dejarlo todo atrás, de desaparecer tal y como somos y reaparecer siendo otros para otros y en otros lugares del tiempo y el espacio. Cuando la ciudad se vacía, y se queda en silencio, cualquier sonido horada el espacio con capacidad de símbolo, que este símbolo atraviese el aire de una nueva conciencia social, renovada, genuinamente humana. Cuando dejemos de toser, dejemos también de ser un poco más nosotros mismos y ser un poco más universales.