Desde la procesión de los cardenales hasta la proclamación del nuevo Papa en la Plaza de San Pedro, la elección papal transcurre bajo el signo del latín, idioma que, más allá de su uso litúrgico, conserva una vigencia simbólica en uno de los ritos más trascendentales del catolicismo.
Del "Extra omnes" al "Habemus Papam": el latín, alma ritual de la elección papal
Desde el inicio del cónclave hasta el anuncio del nuevo pontífice, el latín resuena como la lengua oficial de la Iglesia Católica, marcando cada paso del ceremonial con solemnidad y tradición. Aunque en el anuncio del nombre papal hay variaciones gramaticales, todas son consideradas válidas.

Un idioma que preside el cónclave
Aunque durante las Congregaciones Generales previas al cónclave se utilizan traducciones simultáneas para facilitar la comunicación entre los cardenales de distintas lenguas, una vez dentro de la Capilla Sixtina todo el ceremonial se desarrolla en latín. Desde el "Extra omnes" hasta el esperado "Habemus Papam", esta lengua se convierte en protagonista de la tradición milenaria.
El protocolo, establecido en el Ordo rituum conclavis, determina que los cardenales electores se trasladen en procesión desde la Capilla Paulina hasta la Capilla Sixtina entonando las Letanías de los Santos y el Veni Creator Spiritus. Allí, cada uno realiza el juramento ante el Evangelio, antes de que se pronuncie la emblemática frase: “Extra omnes”.
Extra omnes: comienza el secreto
Esta fórmula, que significa literalmente “¡Fuera todos!”, marca el momento en que los no autorizados deben abandonar la Capilla Sixtina. Según explica el padre Davide Piras, de la Oficina de Letras Latinas del Vaticano, es una expresión tradicional utilizada para preservar la confidencialidad del cónclave y garantizar que la elección del pontífice se desarrolle en secreto absoluto.
La elección en latín: “Eligo in Summum Pontificem”
Las papeletas que utilizan los cardenales electores también siguen una estructura fija en latín. En la parte superior, cada una lleva escrita la frase “Eligo in Summum Pontificem” (Elijo al Sumo Pontífice), mientras que en la parte inferior se escribe el nombre del candidato.
Si un nombre obtiene al menos dos tercios de los votos, el cardenal decano pregunta al elegido, en latín: “Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?” (¿Aceptas la elección como Sumo Pontífice?)
Tras la aceptación, se formula otra pregunta clave: “Quo nomine vis vocari?” (¿Con qué nombre deseas ser llamado?), dando paso al nombre pontificio que marcará su pontificado.
El anuncio: “Habemus Papam”
El momento culminante del cónclave llega cuando el protodiácono, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, proclama la elección con la célebre fórmula: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!”
La fórmula completa en latín incluye el nombre de pila del elegido en acusativo, su apellido en latín sin traducir y el nombre pontificio con el número ordinal, si corresponde. Sin embargo, hay variantes gramaticales históricamente aceptadas.
Acusativo, genitivo y nominativo: ¿cómo se nombra al Papa?
Aunque la fórmula más habitual emplea el acusativo —como en Franciscum (Francisco), Pium (Pío)— también se han utilizado otras formas:
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Genitivo “efesiegético”: Ioannis (Juan), Ioannis Pauli (Juan Pablo), Benedicti (Benedicto).
Nominativo: usado en siglos anteriores, como Leo (León) o Pius (Pío).
Todas las variantes son correctas, aunque algunos expertos prefieren el uso del acusativo por una cuestión de estilo litúrgico y gramatical.
El número ordinal: ¿cuándo se menciona?
Tradicionalmente, el número ordinal solo se menciona si el nuevo Papa no es el primero en usar ese nombre. Sin embargo, también hay excepciones: Pío XII fue anunciado sin ordinal, mientras que Juan Pablo I fue proclamado como “Ioannis Pauli primi” (el primero), a pesar de no haber habido un Juan Pablo anterior.
El latín, un legado vivo
Más allá de lo litúrgico, el uso del latín en el cónclave se sostiene como un símbolo de continuidad y universalidad en la Iglesia. Como afirmó el Papa Francisco, se trata de un “tesoro del saber y del pensamiento”, que sigue marcando con solemnidad los momentos más significativos de la vida eclesial.