La prisionera

A un año de la masacre de barrio Santa Lucía, una crónica realizada a partir de testimonios de familiares, amigas y vecinos de Mariela y su vida con el femicida Facundo Solís
28 de diciembre 2018 · 06:55hs

En una sala de hospital. Miradas llenas de incertidumbre entre pasos lentos le ponen color al amarillo gastado que acompaña el olor a solución fisiológica. Un cruce violento de tiros fue lo que reunió a Mariela y a Facundo en ese lugar. El herido, Luis Solís.

La tarde del miércoles 7 de octubre de 2007 se había puesto furiosa en barrio San Lorenzo. Un grupo de personas armadas intentó entrar a una casa en Amenábar al 3800. El joven a cargo de cuidar el inmueble recibió golpes y balas al resistir la embestida. Entre sangre, tierra y pólvora llamó a gritos a Luis Solís, su vecino guardiacárcel. Los testigos no relatan con claridad los motivos de estas acciones a los medios de comunicación de la época, pero lo que sí apuntan es a que los agresores intentaron asesinar después a Luis en su casa ubicada a metros del lugar. Él respondió con su arma reglamentaria. Rodolfo Rondán de 21 años murió al recibir un tiro en la nuca.

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Pero el policía no salió ileso. Quedó internado en el Cullen por heridas de plomo: en una pierna y otra que le rozó el cuello. Mariela Noguera, su amiga de la escuela secundaria para adultos fue a visitarlo varias veces. Estaba preocupada y quería hacerle compañía. Allí conoció a Facundo, uno de los hijos de Luis, también guardiacárcel.

Nadie sabe decir cómo sucedió la conformación de la pareja, pero aseguran que desde que salieron juntos de esas visitas de hospital, Facundo se quedó a vivir en la casa de barrio Santa Lucía donde la trabajadora administrativa vivía con su hija adolescente, Aylén.

Su llegada pareció envolver con rejas negras desde el techo hasta las veredas el hogar que solía estar superpoblado de chicos del barrio. Los amigos de Aylén amaban a Mariela, quien siempre feliz los recibía con sonrisas para dejarlos habitar los rincones y usar la cocina para tortas o tererés o llenarles la panza con sus famosas milanesas. Con la llegada de Facundo, trasladaron las juntadas a la plaza o a cualquier otro lugar. Una de las sobrinas de Mariela convivió con ellos en esos primeros tiempos y se terminó yendo, no le gustaba estar cerca de él.

El barrio pronto lo conoció. Le empezaron a decir "El Loco", por la manía que tenía de mostrar el arma en las calles. Quería caerles bien a los familiares de Mariela; insistía en recordales a los varones que él tenía una pistola y que si alguien "se metía con ellos" le tenían que avisar.

"Me respeta el barrio", argumentaba orgulloso Facundo a los que intentaban calmarlo. Los Noguera empezaron a temerle después de descubrir un tiro en la ventana de la pieza matrimonial de la casa de Mariela. Por esos tiempos, llevaban un año en pareja. Según algunos testigos, un día ella se animó y no lo dejó entrar al hogar, la respuesta del entonces potencial femicida fue amenazarla con la muerte. Meses después, tuvieron su primer hijo.

A Mariela le gustaba estar con las mujeres de la familia, que vivían todas a pocos metros de distancia. Aprovechaba cada momento en que Facundo no estaba para salir a tomar mate y ver las revistas de cosméticos que vendía su mamá, Carmen “Cuqui” de Noguera. Según sus hermanos no hablaba mucho de los tormentos que padecía: la describen como una persona reservada. Pero al mismo tiempo recuerdan cómo el policía salía de su jornada laboral en la cárcel de Piñero para recluirse en la habitación a exigir comida hecha y afirman: "Vivía restringida". Era indiferente si arriba de la mesa había un plato de comida o una fuente para cinco personas, si el oficial de seguridad la veía se la llevaba a la cama. Su imposición: "Era él quien traía el dinero al hogar".

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De lunes a viernes, durante toda la mañana y parte de la tarde, Mariela recibía denuncias de todo tipo como administrativa del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Conocía el camino de la burocracia estatal. Entre varias cosas, estaba en contacto con víctimas de violencia de género, y muchas veces acompañó a esas mujeres a las marchas en muestra de apoyo. En realidad, trabajaba todo el día. Nunca se desconectaba de sus responsabilidades ni de las personas que conocía por su actividad laboral.

Llegaba bien temprano e iluminaba la oficina. Saludaba con un beso a cada uno de sus compañeros y les daba el buen día. "¡Arriba!", bromeaba antes de poner música para despertarlos. Si el hijo de alguno se enfermaba, ella era la primera que se ofrecía para acompañarlos al médico, ir a la farmacia o para lo que necesitaran. Sus colegas, que le decían cariñosamente "Corchito", la cargaban diciendo que su familia era como Los Campanelli –una serie de televisión argentina de los 60 y 70–, "porque siempre iban en bloque con su familia a todos lados, vivía pendiente de sus hijos".

Estaba atenta también a los trámites de toda la familia. A los varones les indicaba cómo debían hacer y hasta se ofrecía a ir a pagarles las cuentas. Por su parte, los sobrinos más chicos de los Noguera la ayudaban sacando la basura todos los días, para que Facundo no se queje. Estaban hartos de escuchar que la pareja le diga a su tía que él "para algo traía el sueldo".

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A los cuatro años de relación tuvieron su segunda hija. A Facundo le gustaba sacarse fotos con ella y sentarla en su falda para darle de comer. Ni aún en esos momentos se desprendía del arma. Amenazante, la posicionaba al costado de su plato en cualquier reunión.

Cada vez que la pareja discutía el que intervenía era el suegro de Mariela. Luis la llamaba y la aleccionaba sobre por qué era malo que Facundo se aleje de ella, le decía que de esa manera a él le costaría controlar mejor a su hijo. La persuadía con que sus nietos podrían llegar a pasar hambre y no tener lo que les hiciera falta. Le dejaba claro que todo podría empeorar.

A Facundo le gustaba el boxeo. Lo practicó durante años como profesional en la categoría crucero. Entre perros y niños jugando, pasaba horas golpeando feroz la bolsa de arena que colgaba en las vigas del garaje de Mariela en Monseñor Zazpe al 4100. Los Noguera hacían lo posible para mantener contacto con ella, al punto tal que algunos de los varones de la familia iban a verlo pelear. "Vayan, sino no lo va a ver nadie", le repetía Sonia, hermana de Mariela, a su marido e hijos, en un intento desesperado por evitar que él se enoje. Ninguna de ellas jamás fueron a verlo. Ni una sola vez.

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Era frecuente que Mariela se dedicara a organizar almuerzos o cenas familiares para poder verlos a todos. "Siempre te falta sal", la cargaban sus hermanos. Cocinaba o compraba la carne para el asado, y dejaba todo listo en la casa de su mamá. A veces, a la hora de comer, no la podían contactar, no había forma. Se daban cuenta que Facundo tenía franco.

"¿No puedo pegar un grito en mi casa?", le preguntó el policía rabioso a Sonia cuando ella decidió irrumpir en la casa de su hermana al escuchar sus sollozos desconsolados y los de sus tres sobrinos. El escenario que se encontró fue de Mariela con la cara morada de lágrimas, su bebé en brazos y una pistola apuntada por Facundo a metros de su cabeza.

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Aylén no le tenía miedo, no dudaba en defenderse sola, a sus hermanos y a su mamá. De pararse frente a él y decirle lo que pensaba. Y fue un domingo al mediodía que hubo un quiebre. Mientras Alberto, hermano de Mariela, preparaba las brasas para calentar la parrilla, las hermanas Noguera armaban la mesa y condimentaban la ensalada. A lo lejos, comenzaron a escuchar los gritos de la entonces adolescente. Los hermanos varones Noguera se acercaron para descubrir que el policía boxeador estaba intentando pegarle a la estudiante de secundaria. Nadie quiso describir a qué escaló la situación en detalles, pero lo cierto es que esos varones no volvieron a hablarse.

En la Navidad del 2016, Solís y su cuñado Antonio –viudo de Sonia Noguera– estaban mirando un noticiero local por televisión. Una masacre azotaba la ciudad con la remera y la cara ensangrentada de Marcos Feruglio recorriendo todas las redes sociales. “Qué mal la va a pasar este pibe en la cárcel”, reflexionó Antonio y sin pausas el guardiacárcel respondió: “No te creas, se hizo respetar”.

Diciembre final

Con los años, Aylén empezó a estudiar terapia ocupacional en la facultad. Por las semanas de Navidad del 2017 arrancó a trabajar en una juguetería, pero tenía impresos varios currículums arriba de su mesa de luz que repartía en locales comerciales y otras empresas. Por las fiestas las jornadas laborales fueron cada vez más extensas, y eso la preocupó. “Ocúpense de mi mamá porque no sé cuantas horas voy a tener que trabajar”, les dijo en un audio enviado a todas las mujeres de la familia. Se quería independizar pero a la vez no quería dejar sola a su madre ni a sus dos hermanitos.

Estaba en pareja con Yoel Airaldi, a quien invitaba a su casa cuando Solís no estaba. Si el joven la pasaba a buscar, ella lo esperaba en la plaza que tenía a una cuadra o en lo de su abuela Cuqui. “A Solís no le gustaba que ella tenga novio”, recuerdan sus primas. El joven trabajaba en una concesionaria y era visitador médico. Dos meses antes de su muerte había comprado un auto con el que iban a viajar los dos en verano. La quería llevar a Brasil en marzo.

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El 3 de diciembre de 2017 Mariela hizo una denuncia por lesiones leves. Intentó de todas las maneras posibles separarse. Sus amigas afirmaron que fue Luis Solís quien la pasó a buscar por la casa para que retire el nombre de Facundo del documento policial. Después de la masacre machista, se supo que la denuncia dice que no quiso instar ninguna acción penal y que el médico policial no le constató lesiones visibles. Además las allegadas aseguraron que la amenazaba con sacarle la casa que compartían.

Por esa fecha fue que escribió y escondió unas cartas para su hija Aylén, por si le pasaba algo. Le deseó felicidad, que “jamás permitas que nadie te falte el respeto, ningún hombre” y le dijo que la amaba a ella y a sus hermanos. Por último, les pidió perdón a los tres.

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Solís tenía once balas más en el bolsillo

Mariela entró a la oficina después del 24 de diciembre del 2017 rengueando. Sus amigas y compañeros indagaron, pero su única respuesta fue que se había doblado el pie. Horas después les mostró a las de su confianza una foto desde su propio celular que ella misma se había sacado del moretón que le ocupaba media pierna. Con angustia relató que fue Solís quien le pegó. “Se le metió en la cabeza que tengo un macho”, lamentó desesperada. Más tarde, le dijo a otra amiga en un audio: "No sé qué hacer, no le da bola a la perimetral". Tenían planeado ir a Tribunales Colegiados de Familia juntas después de las fiestas.

Una torre de sándwiches de miga organizados en tuppers de gran tamaño quedaron en la heladera de Mariela. Tenía todo listo para el 31 a la noche. En la mañana del 29 los hizo y se fue a trabajar. Cerca del final de su jornada laboral recibió un llamado del guardiacárcel. Atinó a llamar a un amigo al que le contó que Facundo le había dicho que mató a Aylén y a Yoel. Puso los pies en la vereda de tierra después de un viaje interminable desde la Casa de Gobierno hasta Monseñor Zazpe al 4100. Corrió hasta la puerta que se abría a la par para enfrentar a Solís, quien la recibió con su ira femicida, la abrazó y le disparó en la cabeza causándole la muerte. Su cuerpo quedó inmóvil, tirado en el frente de su vivienda.

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