La historia oculta de los afrodescendientes en la Argentina
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La historia oculta de los afrodescendientes en la Argentina

Mitos y realidades de un colectivo procedente de África del que se pueden rastrear sus raíces, incluso, antes de que el país fuera la República consolidada
25 de octubre 2022 · 23:49hs

La inclusión obligatoria de la pregunta sobre afrodescendencia en el último censo reaviva el tema de la presencia afro en la Argentina, una cuestión que aplica a un número determinado de personas a las cuales, al día de hoy, se sigue repitiendo que han desaparecido. Una anécdota ocurrida hace 20 años lo ilustra: en agosto de 2002, María Magdalena “Pocha” Lamadrid, fundadora de la agrupación África Vive en 1997, vivió un episodio nada feliz a la salida del país cuando funcionarios de Migraciones la demoraron e interrogaron en el aeropuerto internacional de Ezeiza. ¿El motivo? No podían comprender cómo era argentina y a la vez “negra”. Incluso pensaron que Pocha portaba un pasaporte falso y esa sospecha la llevó a perder el viaje a Panamá, donde la activista debía participar de un congreso contra el racismo, del cual ella fue una de las primeras militantes en denunciar en un país que esconde a una de sus poblaciones de las cuales ella forma parte.

La historia de los Lamadrid, una antigua familia de esclavizados en la época colonial que, como muchas, adoptó el nombre de los amos, motivó en María Magdalena la necesidad de conocer sus orígenes y de intentar visibilizar a una población siempre ocultada por el relato oficial, “desaparecida”, según se lee en muchos libros de historia. Ella explicaba que solo hacía falta “una gota de sangre” para ser negro. Eso es la afrodescendencia, la idea de que la persona debe su identidad a la presencia de al menos un ancestro africano en su genealogía, además de que lo identitario es autopercibido y funciona como un estímulo de orgullo.

Pese a la negación y a lo que vivió Lamadrid, partiendo de la categoría afrodescendientes, en 2010, utilizada por primera vez, el censo nacional indicó casi 150.000 personas con origen africano habitando la Argentina y esa cifra tendrá una actualización mucho mayor en las semanas por venir tras el censo de 2022. Pues, por más que al país se presente “blanco y europeo”, “descendido de los barcos” y otras construcciones míticas que se forjan a base de la repetición incesante, desde la familia hasta la escuela, no obstante, al rasgar un poco, se descubren historias desapercibidas, como la de la importantísima presencia afrodescendiente, su legado y recorridos varios que llegan al presente.

La fundadora de África Vive es quinta generación africana, una afroargentina de ascendencia sudafricana. Como ella, hay muchísimas más historias de gente discriminada por su fenotipo, por su origen y tratada como si no fuera argentina bajo la presunción de que en el país más blanqueado de Sudamérica desde luego “no hay negros”, pues se les presume desaparecidos.

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María Magdalena “Pocha” Lamadrid es la fundadora de la agrupación África Vive en 1997 de Argentina.

María Magdalena “Pocha” Lamadrid es la fundadora de la agrupación África Vive en 1997 de Argentina.

Los orígenes, colonia y esclavitud

El actual territorio argentino desde temprano participó en las redes de la trata transatlántica que por más de tres siglos conectó África con América y convirtió al Nuevo Mundo en receptor de al menos 10 millones de personas esclavizadas en aproximadamente 27.000 viajes, seres humanos arrancados con violencia de la Madre Negra, el continente que vio nacer a la especie. El comercio empezó por la demanda de las metrópolis europeas en un sistema comercial triangular que desde el siglo XVI hasta bien entrado el XIX conectó Europa con los continentes americano y africano.

Un número considerable de las personas secuestradas del otro lado del Atlántico se dirigió al Cono Sur y de modo gradual el puerto de Buenos Aires se convirtió en centro distribuidor de negritud, sobre todo a comienzos del siglo XVIII para el resto de lo que sería suelo argentino. Es decir, la capital de la entonces gobernación tuvo el compromiso del ingreso de mano de obra esclavizada por un acuerdo, producto una vez más de las vicisitudes de guerras europeas, que garantizó la provisión por parte de una empresa británica en un momento en que el tráfico esclavista comenzaba a despuntar y estar en auge. Y no se detendría. Los números así lo prueban. Entre 1595 y 1680 ingresaron casi 23.000 solo por Buenos Aires, sin contar el contrabando, y, solo desde Brasil, entre 1742 y 1806 lo hicieron no menos de 12.000 “piezas de Indias”, el valor ideal de venta de esta herramienta deshumanizada. Nótese que, a mediados de aquel siglo, la población porteña no superaba las 40.000 personas, como para tener un parámetro.

Por tanto, se evidencia un tráfico lucrativo y, por tal motivo, incesante. Buenos Aires fue premiada con su habilitación como centro legalizado de trata, a fines del siglo XVIII, además de la creación del Virreinato del Río de la Plata.

La mano de obra esclavizada en América hizo de todo, aunque se tiene más en cuenta siempre el trabajo agrícola versado en el cultivo de productos tropicales de exportación, no tan predominante en el área en cuestión. Según un investigador, si la población esclavizada hubiese desaparecido súbitamente, la Buenos Aires del 1800 prácticamente se hubiera paralizado a nivel económico. Buena parte de la ciudad de antaño fue erigida con las lágrimas, el sudor y la sangre de esa gente desdichada. Y esta “mercancía” fue poblando a su paso muchos de los rincones de la actual geografía nacional a su paso desde el centro distributivo antedicho.

Muchos grupos de estas personas encadenadas fueron obligados a llegar hasta Potosí, las minas de plata más importantes del Imperio Español. Esta historia de sometimiento dejó sus huellas, hoy se encuentran descendientes de estas comunidades de personas esclavizadas en puntos tan distantes entre sí como Córdoba o Carmen de Patagones, hasta en las Islas Malvinas.

El padrón de 1778 pasó en limpio la historia del arribo masivo y forzoso de la diáspora involuntaria más grande de la humanidad. La medición de ese año, ordenada por el virrey Juan Vértiz, concluyó que de poco más de 24.000 habitantes de la ciudad portuaria, había casi 3.000 mulatos (o pardos) y algo menos de 4.000 morenos, según las categorías coloniales de época, en suma, una proporción considerable era de innegable origen africano, un 40 por ciento del total. Las estimaciones referidas también señalan que en todo el Virreinato (actuales Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay) de 200.000 habitantes, el 46 por ciento era “pardo y moreno”. En las provincias las proporciones acusaron haberes de importantes núcleos de poblaciones afro como en Catamarca, con casi el 75 por ciento, Santiago del Estero, con 54 por ciento, o la mitad de la demografía de la ciudad de Córdoba, esta última punto de encuentro e intermedio del camino que conectaba el área rioplatense con el Alto Perú y su manantial minero potosino.

Ante una mayoría visiblemente de origen africana, las autoridades fueron recelosas y tuvieron miedo. Se obligó a las personas esclavizadas a no circular de noche y se les prohibió portar armas, pues se temían conspiraciones y levantamientos. De hecho, la historia del colonialismo está jalonada de distintas rebeliones que probaron la valentía y el orgullo para así poder romper las cadenas de la esclavitud infame. Frente al mito de una esclavatura benevolente, las personas esclavizadas no fueron felices pese a que en representaciones diversas se las configura como alegres comerciantes al menudeo en las calles de la Buenos Aires colonial.

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Revolución de Mayo y después

Al calor de una jornada de mal tiempo, el 25 de mayo de 1810 nació el primer gobierno patrio. Para varias voces ese día alumbró a la Argentina y la nacionalidad. Casi como si de un acto de magia se tratara, sobre todo a partir de allí la historia oficial comenzó a blanquear el relato, a presuponer que la población afrodescendiente inició un camino de ocaso demográfico, a medida que se propagaba el mito de la desaparición, de que estas poblaciones se extinguieron de forma gradual.

Esto último es muy patente en los actos escolares: en mayo las representaciones afro están, pero para el 9 de julio, la independencia es testigo del blanqueamiento, ya no hay “negros” en el escenario. Este pequeño resumen ilustra la forma en que la presunta desaparición es en realidad invisibilización. No se puede hacer desaparecer lo evidente.

A pesar del impacto en las cifras, de una disminución considerable en el número de personas afrodescendientes y africanas, el correr del siglo XIX acusó una explicación cada vez más acentuada del declive numérico y de la consumación de la desaparición negra. Es decir, si a partir de 1810 la Argentina ingresó en la modernidad, esto implicó aniquilar a poblaciones premodernas, lo moderno exigía blancura y europeidad, no podía admitir a un colectivo considerado sinónimo de lo primitivo.

De aquí se liga esta imagen con lo que le pasó a Pocha Lamadrid. Es el corolario de hoy, sigue pareciendo difícil concebir personas de origen afro y a la vez argentinas. A partir de un rostro negro se yergue la sospecha automática de extranjeridad. Una fórmula simple, negra equivale a personas extranjera, casi a martillazos en el inconsciente, no es en vano expresarlo de tal modo, generaciones se dedicaron a difundir este mito de desaparición, a celebrar la ausencia de personas de color, de “rostros de bronce” y otros adjetivos en su momento.

Luminarias del siglo XIX y de comienzos del XX propagaron estas falsas verdades que coronaron mucho del sentido común argentino. El expresidente Domingo Faustino Sarmiento en 1866 se alegró de tener un Congreso libre de gente de color, gauchos y pobres. Años más tarde, en 1905, el intelectual de origen italiano José Ingenieros, concitó a la extinción lo más amable posible de la raza negra, en su opinión “piltrafas de carne humana”.

¿Cómo fue posible pasar de un catastro que indicaba que no menos del 40 por ciento de la población acusaba origen africano a fines del siglo XIX a, por ejemplo, un censo nacional que en 1895 arrojó el dato de que apenas 500 personas eran afro de entre unas 4 millones? La respuesta se encuentra en la actitud de la clase dirigente. La intelectualidad y la dirigencia construyeron con afán la idea de un país blanco al calor de la masiva inmigración principalmente europea, se trastocaron cifras, se bastardearon datos censales, se diseñaron categorías ad hoc para ocultar orígenes africanos.

Pero, además, se agregaron otras explicaciones para convencer de la desaparición negra. Estas causas yacen en el devenir del siglo XIX. Si se liga presencia afro con esclavitud, era necesario abolir esta última para acabar con la presencia afro en tanto un trauma de un pasado oprobioso de la historia argentina, el de la falta de libertad. En efecto, en 1812 se dispuso la abolición de la trata que pudo haber influido en la disminución de los ingresos locales. Luego se argumentó que las diversas guerras transcurridas en esa centuria deben haber sido otro shock demográfico, las de independencia, las civiles, la del Paraguay…

Esto último se relaciona con el hecho de que la carne de cañón de varios de los conflictos de estas épocas fueron personas afrodescendientes. Hombres y mujeres de prosapia africana lucharon y participaron codo a codo en los ejércitos del siglo XIX, mientras una minoría que ocupó cargos de oficialidad debió contentarse con el grado de coroneles pues los prejuicios no le permitieron ascender más que eso, como a Domingo Sosa y José María Morales, también ocupantes de cargos políticos. Sarmiento, que escatimaba elogios, aduló al mendocino Lorenzo Barcala. Mucho más se habla del sargento Cabral, el heroico soldado que salvó la vida al General San Martín, muchas veces perdiendo de vista que era afro. En muchos casos esta gente regó con su sangre los esfuerzos por la emancipación y otros objetivos políticos del siglo que en teoría fue testigo de su desaparición abrupta. Luego el muy conocido episodio en Buenos Aires de la fiebre amarilla que, sin embargo, no aniquiló vidas del grupo como se hizo suponer más que las de otros grupos sociales.

Finalmente, el golpe de gracia, el aluvión inmigratorio europeo pronunciado con el avance de la segunda mitad del siglo XIX, terminó blanqueando a los restantes afrodescendientes supervivientes, a la par de que en todo el período las malas condiciones de vida impidieron nuevos nacimientos o, al contrario, facilitaron muertes prematuras y bastante evitables (en otros casos) al interior del colectivo afro. En resumen, para fines del siglo XIX, esta población, como casi un acto de resignación, estuvo al borde de la extinción.

El apoyo mayoritario de la afrodescendencia al régimen de Juan Manuel de Rosas pudo haber sido un elemento que jugó en contra del grupo. Una vez derrotado el rosismo en los Caseros, los negros quedaron asociados al gobierno del derrocado y eso les valió caro: la proscripción de esa “tiranía” implicó la cancelación de los grupos simpatizantes. El nacimiento de esa Argentina liberal post-Caseros jugó a la par del mito de la desaparición de sectores que simpatizaron con el “Restaurador de las Leyes” caído en desgracia.

No obstante, rehuyendo al relato oficial, el registro histórico muestra una realidad muy diferente en esa misma época, para lograr el cuestionamiento de un mito hegemónico.

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María Remedios del Valle es las personalidades ocultadas en la historia. Pertenece al colectivo de afrodescendientes y fue una de las pocas mujeres que luchó en las guerras de la Independencia desde el 1810.

María Remedios del Valle es las personalidades ocultadas en la historia. Pertenece al colectivo de afrodescendientes y fue una de las pocas mujeres que luchó en las guerras de la Independencia desde el 1810.

Desaparición no, invisibilidad

Hay algo curioso en torno a la teoría de la desaparición en la Argentina. Cuanto más la intelectualidad de la época insistió en este mito, más activa era la comunidad. Los ejemplos abundan durante sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX. Existieron periódicos de la colectividad como La Broma o La Juventud, y sobresalieron plumas prolíficas como la del poeta Casildo G. Thompson, Horacio Mendizábal y Mateo Elejalde.

Gabino “el negro” Ezeiza, denominado “el decano de los payadores”, se hizo muy famoso desde un origen muy humilde y de raíces africanas. Sus performances atrajeron multitudes y tuvo fans de primera línea como el político Leandro N. Alem y el expresidente Hipólito Yrigoyen. Ezeiza visitó mucho la provincia en sus actuaciones e incluso viajó a Montevideo para medirse con otro payador de renombre, Arturo Navas. De hecho, esa jornada quedó inmortalizada en el recuerdo a su memoria, con el Día del Payador en Argentina, el 23 de julio (de 1884), efeméride celebrada desde 1992. También se recuerda a otro payador de su mismo origen, Higinio Cazón. La marcha de San Lorenzo es reconocida a nivel mundial y su autor es un afrouruguayo que se afincó en el país, Cayetano Silva. Las mujeres no están ausentes en estas historias, como es el caso de la poetisa Ida Edelvira Rodríguez.

Pero, para seguir contrarrestando el mito de la desaparición, los aportes también llegaron al siglo XX y en varios planos. En la música (descontando el tema extensísimo del origen negro del tango o el candombe), la orquesta que acompañaba al legendario Carlos Gardel contó con dos relucientes guitarristas de estirpe africana, José Ricardo y Guillermo Barbieri, este último abuelo de la conductora televisiva Carmen, además del muy conocido Horacio Salgán o, también, el guitarrista Oscar Alemán cuya nieta, Jorgelina, hoy es una artista consagrada. Entonces las mujeres aparecen de nuevo, Rita Montero, fallecida en 2013, fue una prestigiosa actriz y cantante, como Carmen Platero, fundadora de La Comedia Negra de Buenos Aires junto a su hermana Susana. Las Platero provienen de una familia afroargentina y son descendientes de Tomás Braulio, el primer escribano “de color” según la terminología de época, fallecido en 1925. Por su parte, Antonio Gonzaga destacó en la cocina a partir de finales del siglo XIX y hubo varios deportistas, como en el fútbol Alejandro de los Santos y Héctor Baley, arquero campeón del mundo en 1978, o el boxeador Alberto Lovell.

En la actualidad, hay personalidades afrodescendientes reconocidas a nivel público. Luanda es una artista surgida del conurbano bonaerense en su calidad de música, compositora y rapera. También en el plano artístico Fidel Nadal ha construido su carrera profesional en torno a la música, hijo de Enrique Nadal, militante contra el apartheid sudafricano en la década de 1980. En la actuación un descendiente de la diáspora caboverdiana brilla con luz propia, se trata de Diego Alonso Gómez, nacido en 1972, quien se hiciera muy conocido tras el éxito de la serie Okupas, transmitida en 2000.

Alonso integra una colectividad que acusa al menos unas 20.000 personas. Esta comunidad tuvo varios momentos de arribo a la Argentina, como inmigrantes con pasaporte portugués, puesto que el archipiélago hasta 1975 fue territorio lusitano. Siendo una nación cuya población habita más en la diáspora que en las islas, gran parte de la misma llegó principalmente entre las décadas de 1920 y 1940. Se instalaron sobre todo en Dock Sud, Berisso y Ensenada y, fuera del AMBA, en Rosario y Mar del Plata, desempeñando por lo general actividades portuarias.

Esta camada inmigratoria permite desterrar la idea de que una vez abolidas trata y esclavitud, personas africanas y afrodescendientes cesaron su arribo al territorio nacional. Ahora bien, el primer episodio fue el del tráfico esclavista colonial ya referido que trajo una diáspora involuntaria pero en un segundo momento, que incluyó a la población de Cabo Verde, el objetivo era la migración por razones económicas, dictada por la coyuntura global en un proceso de migraciones internacionales que abarcó desde aproximadamente 1850 hasta la crisis mundial de 1930. Y se asiste a un tercer estadío que llega a la actualidad, el iniciado en 1990, que comprende una inmigración subsahariana muy visible, principalmente de hombres procedentes de Senegal y Nigeria, además de otros países africanos como Costa de Marfil, Ghana o Sudáfrica. Comparte con el segundo momento el hecho de que quienes llegan lo hacen buscando mejores oportunidades económicas y, por otra parte, en otros casos escapan de conflictos. De todos modos, complementan a estos arribos la llegada en las décadas de 1960 y 1970, más que nada, de afrodescendientes de países de la región, en forma predominante de Uruguay y Brasil, aunque aparecen Haití y Colombia, entre otros.

Quizá la inmigración más reciente africana, presente hace ya más de 30 años, haya generado un interés creciente por la cuestión afro en la Argentina. La propia llegada de africanos muy fenotípicamente visibles ha despertado el interés por revisar las raíces ocultas de personas cuyo fenotipo tal vez no es tan visible pero, de todos modos, se reconoce como afrodescendiente. En los últimos años este colectivo, heterogéneo como se ve, se ha podido organizar y reclamar al Estado-Nación visibilidad, reconocimiento y derechos.

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El Censo 2022 de Argentina incluyó la pregunta sobre autopercepción afro, la decisión fue criticada por las organizaciones negras del país.

El Censo 2022 de Argentina incluyó la pregunta sobre autopercepción afro, la decisión fue criticada por las organizaciones negras del país.

De cara al Estado

En septiembre de 2001 la ciudad sudafricana de Durban fue sede de una importante cumbre mundial contra el racismo, patrocinada por la Unesco. La Argentina envió su delegación, en la que participó Lamadrid, junto a referentes del activismo antirracista. La participación generó renovados bríos en la asunción de la lucha contra el racismo y la discriminación, un refuerzo del papel de la comunidad afro frente al tradicional silenciamiento de este colectivo respecto del Estado y la historia. Un dirigente uruguayo, refiriéndose a Durban, dijo: “Entramos negros y salimos afrodescendientes”.

Este evento inauguró el uso de la categoría afrodescendiente como una herramienta política de lucha. Fue un proceso común a toda la región, las poblaciones descendientes de la diáspora involuntaria más grande de la historia a comienzos de este siglo comenzaron a reclamar frente al Estado por las falencias del pasado y lo hicieron aunadas bajo una identidad aglutinadora en contra del estigma de la esclavitud de antaño del que fueron víctimas sus ancestros.

Desde los últimos 20 años se han logrado varios avances a nivel local, ecos de medidas de alcance más generales. Por caso, en 2005 se aprobó un plan contra la discriminación local. 2011 fue declarado “Año Internacional de los Afrodescendientes” y, desde 2015, se transita el “Decenio Internacional de los Afrodescendientes”, como un compromiso para que los Estados miembros de Naciones Unidas pueden revertir las falencias estructurales que aquejan a las poblaciones de descendientes de esclavizados.

Hay que destacar que la Unión Africana, compuesta por seis regiones, comprende en su sexta a la diáspora, principalmente en las Américas, reparando en el hecho de que cerca del 30 por ciento de la población de América Latina y del Caribe es afrodescendiente, unas 150 millones de personas que en gran parte de los casos ocupan las posiciones socioeconómicas más aletargadas. Argentina no escapa a este problema regional.

Diversas medidas se han tomado en sentido de revertir varios de estos desequilibrios aunque resten muchas otras por hacer. Pero esto no hubiera sido posible sin el activismo y la movilización afrodescendiente, de la formación de varias agrupaciones. Algunas de las más antiguas, como África Vive, son la Casa de la Cultura Indo-Afro-Americana, fundada en Santa Fe en 1988 por Lucía Molina y su esposo Mario López. En el conurbano bonaerense, en 2007, se fundó la asociación Misibamba, una de las tantas agrupaciones que forman la Red Federal de Afroargentinos del Tronco Colonial.

En materia de sinergias y reconocimientos estatales, el Estado comenzó a otorgarle a la militancia afro un lugar dentro del esquema. Hasta el momento se podría decir que las instancias de representación afro en el Estado estaban ligadas más con lo cultural, en cierta forma folklorizando los aportes del grupo. No obstante, en 2006 se creó el Foro de Afrodescendientes de la Sociedad Civil, en 2008 la Comisión de Afrodescendientes y Africanos/as en el Consejo Consultivo de la Sociedad Civil (Cancillería) y en 2010 el Consejo Nacional de Organizaciones Afro de la Argentina (Conafro).

Estos y otros espacios sirvieron para pensar la cuestión afro en virtud de la llegada del censo nacional de ese año en el cual, por primera vez, se incluyó la variable afrodescendencia, pues no se censaba desde finales del siglo XIX en relación a ello, o sea, hacía más de 100 años. Este hito fue considerado como la primera política pública, con antecedentes en pruebas piloto previas.

Esta fue una primera gran victoria para la causa afro a pesar de que la medición no fue total y en su planteo y diseño se dieron muchas tensiones y discusiones al interior del activismo. Al año siguiente se celebró el primer Congreso de personas afrodescendientes y africanas de la República. Pero un hito aún más trascendental llegaría apenas dos años más tarde cuando la comunidad se anotó otro gran logro. El 8 de noviembre fue declarado día de la afroargentinidad en honor de la capitana y “Madre de la Patria” María Remedios del Valle, una combatiente que luchó en el ejército de Manuel Belgrano y fue heroína de guerra, aunque olvidada en tanto veterana de varias batallas. La Ley 26.852 (2013) la rescató del olvido, además de crear la efeméride, la norma impulsa que la currícula afro sea llevada a todos los niveles educativos y que la instancia deba ser incorporada al calendario escolar. Hecho más reciente, la capitana tendrá su billete, acompañada por el creador de la bandera.

A esto último se suma que el gobierno actual haya dado pasos sustantivos en torno al incremento de la representación afrodescendiente en la esfera estatal, además de disponer de nuevo, pero esta vez en forma obligatoria y universal, la pregunta sobre variable afrodescendencia en el censo realizado el 18 de mayo pasado. Si bien según algunas estimaciones, pese al exiguo 149.493 de habitantes del territorio (el 92 por ciento nacido aquí) que respondieron sí a la autorrepresentación en octubre de 2010, empero habría unas 2 millones de personas de ese origen en nuestro país. Como sea, el nuevo recuento de 2022 debería precisar mejor la estadística y superar una medición bastante parcial y con más de doce años de antigüedad.

En materia de creación de espacios recientes novedosos en el ámbito estatal, uno muy importante es la Comisión para el Reconocimiento Histórico de la Comunidad Afroargentina, creada a finales de 2020, que cuenta con la dirección de Federico Pita, afroargentino, fundador y presidente de Diáspora Africana de Argentina (DIAFAR), una organización fundada en 2008. También han surgido otros liderazgos como es el de Carlos Álvarez Nazareno, afrouruguayo, creador y líder de Agrupación Xangô, con personería jurídica desde 2013. Álvarez se convirtió en el primer afrodescendiente en ocupar un cargo público de importancia del país, responsable de la Dirección Nacional de Equidad Étnico Racial, Migrantes y Refugiados del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Asimismo, María Fernanda Silva, descendiente caboverdiana, fue nombrada Embajadora ante el Vaticano. Ambas designaciones se dieron a comienzos de 2020. Por último, se puede agregar, mucho más reciente, la creación del Programa Nacional de Afrodescendencias y Derechos Humanos, como indica la resolución fundante, con el objetivo de la “...implementación, promoción y acceso a los derechos humanos y de políticas públicas hacia la población afroargentina, afrodescendiente y africana en el país, desde una perspectiva de equidad étnico-racial”.

Pese a todo ello, queda un largo trecho por recorrer en el sentido de garantizar igualdad de oportunidades y el goce de derechos a una población maltratada por la historia y la construcción estatal.

(*) Omer Freixa es historiador africanista argentino, docente y escritor. Interesado por los conflictos contemporáneos, los estudios afroamericanos y el origen afro en particular en el área del Río de la Plata. Licenciado y profesor en Historia, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Magíster en Diversidad Cultural y especialista en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Escribe divulgación y contenido académico sobre África y las relaciones que este continente tendió con Argentina y los países de la región.

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