Empacho, ojeadura, culebrilla: los que curan y los que opinan

De generación en generación y mediante distintos rituales que incluyen la fe, la oración y la invocación a Dios, dicen que transmiten saberes sanadores de estas dolencias. La mirada médica. 
6 de diciembre 2014 · 12:44hs

Viviana trabaja en una Secretaría del Estado provincial. La eficiencia, buen trato y dulzura con la que realiza su trabajo y se vincula con todos los que a ella se acercan, generan una atracción y un cariño singulares.

Madre de dos hijos adolescentes, fue su abuela –a quien recuerda emocionada y con los ojos vidriosos–, la que un 24 de diciembre a las 24 horas, la llevó a su habitación y le enseñó a curar la ojeadura o el mal de ojos. Porque la tradición indica que es en Navidad, cuando Jesús nace, el momento exacto en donde deben coincidir la enseñanza de esta técnica y la transmisión de una especie de don, destinado a aliviar o a sanar, en un mismo acto.

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“Quiero recordar –y nombrar– a mi querida abuela María Teresa Turchio de Merino, cuando una noche me enseñó, con todo el amor que era capaz de dar, cómo curar la ojeadura. No es nada complejo, misterioso o reñido con la fe. Se hace mediante oraciones especiales y siempre invocando o teniendo presente a Dios. Se necesita saber solamente el primer y segundo nombre de la persona, concentrarse y pensar en ella si se la conoce, mientras se pronuncian las oraciones del caso”, comenzó explicando Viviana.

Ella proviene de una familia muy religiosa –de hecho, su hermano es un reconocido sacerdote católico. Y relata con entusiasmo cómo la mamá de su mamá, aproximadamente a los 80 años y teniendo ella 30, le dijo cómo curar “el mal de ojos”, tanto en castellano como en italiano, y cuenta las alegrías que ese aprendizaje todavía le genera.

“Una de las mayores satisfacciones quizás haya sido el momento en el que pude experimentar el alivio que le generaba a mis propios hijos. O cuando una amiga, compañera de trabajo, conocida o conocido me decía o dice: «Gracias, mi hijo (nieto o sobrino) dejó de llorar y durmió en paz toda la noche»”, aseguró Viviana. 

El malestar y su punto exacto

Para Viviana, la ojeadura es algo que afecta especialmente a los más chiquitos, a los bebés que están expuestos a halagos y mimos constantes, a las miradas fuertes y a la atención permanente de familiares y amigos que vienen de visita. No es la consecuencia de un deseo o una acción negativa. Todo lo contrario.

Lo mismo sucede, según su creencia, en el caso de los adultos. “Cuando una o varias personas piensan o hablan mucho de alguien, o está en la atención de muchos, puede terminar ojeada. No porque estén hablando o pensando mal, con envidia o rencor. Simplemente por el hecho de estar expuesta al pensamiento o a la mirada constante puede experimentar este malestar”, explicó. 

—¿Y cómo sabe la persona que puede estar ojeada?

—Porque siente un dolor importante, fuerte, bien ubicado en los ojos, que puede incluir puntadas, y que se irradia a otras zonas de la cabeza. Eso lo puede expresar la persona adulta. Ahora bien, cuando se trata de un bebé, si llora sin motivo aparente, si no tiene hambre, o gases –que es una molestia frecuente– y se descartan otras cosas que una mamá o un papá pueden ver, probamos curándole la ojeadura. Particularmente, he podido comprobar con mis hijos que eso es así. Y no hay mayor satisfacción que aliviarles ese dolor. Lo mismo manifiestan las personas que me piden que lo haga por sus hijos o nietos. Y no es nada extraño ni que demande mucho tiempo o esfuerzo.

— ¿Y usted se da cuenta si la persona está ojeada o no?

—Sí, claro. Si cuando yo hago la curación no comienzo a bostezar persistentemente, a lagrimear, a “sentir” de algún modo esa molestia que con buena intención estoy intentando aliviar en el otro, generalmente no está ojeado. Y más todavía si luego de varios intentos yo no experimento eso y el dolor que manifiesta la persona persiste. 

“Me parece importante insistir –enfatizó luego Viviana– que se trata de una cuestión de fe, de buenas intenciones, en donde media la oración, y que se lo hace para ayudar al otro siempre siguiendo el camino que Dios y Jesús nos marcan. De ningún modo pretende uno suplantar a la consulta o atención de un profesional. Se sabe que ante cualquier dolor la gente debe ir al médico. Lo que uno hace es intentar ayudar dentro de sus creencias, de su fe. Y, como sabemos, una cosa es la fe y otra cosa es la ciencia”.

Cuando la comida “cae mal”

Básicamente, el empacho se conoce como una forma de “indigestión”, de malestar gastrointestinal o hepático, que puede ir acompañado de dolor de cabeza u otros signos o síntomas. 

Existen varias formas –no médicas o medicamentosas– de curarlo, según muchos afirman. Entre las más conocidas están el uso de una cinta acompañada de un ritual específico o la aplicación manual de pequeños pellizcos o levantamientos en la piel de la espalda.

Diario UNO consultó a un médico clínico de la ciudad, quien admitió que muchos colegas aconsejan estas prácticas populares para acompañar un tratamiento médico específico, si la persona lo pide o tiene fe en ellas.

“Ahora bien –dijo–, si tenemos que hacer un análisis médico de los posibles efectos de estas técnicas –ya sea mediante la tracción de la piel o lo que se llama «tirar el cuero» en la espalda, o la cura con la cinta métrica con presión sobre el epigastrio, zona vesical o abdominal–, nos vemos obligados a explicar, en primer lugar, que en esas zonas se encuentra lo que llamamos el plexo solar”.

Y agregó, pidiendo reserva de su nombre: “Los plexos son las redes que se desarrollan a partir del entrelazamiento de los filamentos de vasos sanguíneos y nervios. El plexo solar es la red que se encuentra alrededor de la arteria aorta ventral, procedente en su mayor parte del nervio vago y del gran simpático. Gracias al plexo solar, los órganos de la zona abdominal son inervados (el sistema nervioso acciona sobre las funciones de estos órganos). Entonces al traccionarse, tirarse, estimularse o presionarse en la parte dorsal –puntualmente en la zona comprendida entre la quinta y la séptima vértebra dorsal–, se produciría una estimulación sobre algunos órganos y funciones vinculadas a un cuadro de lo que popularmente asociamos con un empacho”. 

—¿Y esa estimulación qué genera?

—Facilita y acelera la motilidad (movimientos complejos y coordinados) a nivel gástrico, el peristaltismo intestinal (movimiento de contracción para impulsar los materiales de la digestión) y la contracción de la vesícula. Entonces, por vía nerviosa o neurogénica, desde la zona dorsal de la columna, donde “nacen” los nervios que “terminan” en la zona del abdomen, se generaría un proceso de activación mayor de los órganos vinculados al sistema digestivo. Los mismos que generalmente se encuentran asociados a una serie de síntomas vinculados a los que se conoce como “empacho” o problemas de “indigestión” en general. 

—¿Qué sucede cuando se utiliza una cinta? 

—En el caso de la cinta, cada vez que el que cura llega con la mano al centro del epigastrio, o la zona de la vesícula, genera cierta presión, que provocaría el mismo efecto estimulario porque la zona comprende al plexo solar. Generalmente, se hace presión adonde termina el esternón, en lo que llamamos “la boca del estómago”. Como ya dije, en esos órganos o zonas del abdomen están justamente las terminaciones nerviosas que nacen de la zona dorsal. Sintetizando, el estímulo tanto posterior (la tracción del cuero) o anterior (ejerciendo presión en el abdomen), en puntos específicos, genera una activación de mecanismos comprendidos en el sistema digestivo y es probable que se experimente un alivio. 

—¿Qué piensa de la “ojeadura”? 

—El “mal de ojos” o de la irritabilidad en el niño, se vincula generalmente con el hecho de que percibe malestares, nerviosismos o el estrés de la madre o su entorno. Esto puede verse incrementado por el estrés que genera la presencia de parientes o amigos. Por eso se dice: “Lo miraron mucho y lo ojearon”. También puede suceder que el propio niño al llorar tensione a la madre y se genere una suerte de circuito en donde los dos se alteran. Pensemos que, en general, la madre, además de estar gran parte del tiempo a su cuidado, sigue trabajando, o haciendo tareas en la casa. Cuántas madres acaso amamantan mientras hacen otra tarea.

Alassia no pudo con el herpes

Viviana María José –como ella pide que se la nombren en el Diario– o Vivi –como la llaman los muchos que la quieren–, siendo niña, padeció herpes zóster o culebrilla. Su pediatra era en ese momento, ni más ni menos, que el reconocido doctor Orlando Alassia, cuyo nombre desde hace años lleva el Hospital de Niños de la ciudad de Santa Fe, en referencia a él.

Solamente quienes han tenido culebrilla saben el dolor insoportable que provoca, a pesar de toda la medicación que actualmente existe. Dolor, hormigueo o ardor intensos, generalmente se presentan antes de que aparezca una erupción en la piel.

“En la mayoría de las personas, se forman parches en la piel, seguidos de pequeñas ampollas. Estas se rompen formando pequeñas úlceras que comienzan a secarse y a formar costras, las que se caen en dos a tres semanas. La erupción generalmente involucra un área estrecha de la columna alrededor de la parte frontal de la región ventral o el pecho. Puede comprometer la cara, los ojos, la boca y los oídos. Otros síntomas pueden abarcar: dolor abdominal; fiebre y escalofríos; malestar general; dolor de cabeza, articular, e inflamación de los ganglios linfáticos”, describe la Enciclopedia Nacional de Medicina de EE.UU. en su página web.

Viviana recuerda como si fuese hoy cuando el doctor Alassia le dijo a su madre: “Señora: Yo puedo prescribirle cremas y medicación para calmar el dolor, el ardor y la fiebre. Aunque ya esto escapa a lo que puedo hacer”. Y le aconsejó que fueran a una persona que curara “de otra manera”. “Entonces fui durante una semana a la casa de una señora anciana, que vivía en Rincón. Ella me ponía las manos sobre la espalda y pronunciaba unas palabras que no recuerdo o no comprendía. Luego, hacía un gesto y un movimiento como si me sacara algo de adentro, y lo tirara. Poco a poco fui sintiendo un alivio”, describió.

“Yo le voy a sacar el fuego” 

Por Marcela Pierini

Tengo un hermano discapacitado, Duilio, quien se quemó arrojándose, accidentalmente, una olla con sopa de fideos cabellos de ángel. Fue en 1980, a los 6 años. Tenía por costumbre acercarse a la cocina y destapar las ollas para ver qué había adentro. Era invierno y sin embargo ni a mi madre ni a mí, que estábamos al lado, se nos ocurrió sacarle los abrigos de lana que tenía puestos... Este hecho tuvo lugar en Laguna Paiva, y allí el Samco está enfrente de nuestra casa.

Mi madre tomó al niño que lloraba a gritos en sus brazos y lo llevó allí, donde le hicieron las primeras curaciones, e inmediatamente fue derivado al hospital Cullen de Santa Fe. Una vecina que vivía enfrente de nuestra casa, hoy ya fallecida, la señora Mercedes, nos dijo: “Quédense tranquilos, yo le voy a sacar el fuego y ya no le va a doler”. A los pocos minutos Duilio dejó de llorar, y estando ya en la ambulancia a punto de partir al Cullen con su cara literalmente “derretida”, al igual que su pecho, con quemaduras de tercer y cuarto grado, estaba tranquilo y apacible. Permaneció internado tres meses.  Le hicieron injertos en su pecho con piel que le sacaron de la parte superior de una de sus piernas, y jamás lloró.

A Duilio no le quedó ni una sola cicatriz en su rostro. En su cuello, apenas unas líneas de relieve. Y una marca en su pecho que hoy es apenas visible. Doña Mercedes curaba además el empacho y la ojeadura. Jamás la olvidaremos. ¡Gracias doña Mercedes!

Por Mariano Ruiz Clausen / Diario UNO 

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