“Lunes 11 de enero de 2016. A esa fecha no me la olvido jamás”, afirma Martín Franco, el último rehén de Cristian Lanatta y Víctor Schillaci. A cinco años de la triple fuga que mantuvo en vilo al país, a Santa Fe y especialmente a la localidad de Cayastá, el trabajador de 40 años del molino arrocero ubicado a la vera de la ruta provincial 1 recuerda cómo fue uno de los momentos más tensos de su vida.
Martín, el último rehén de Lanatta y Schillaci, no se olvida más: "Me iban a utilizar como escudo"

Por Aquiles Noseda

Fue minutos después de las 7 y compartió con ellos "una hora, diez minutos". Algo sospechó, pero igualmente fue sorprendido por los fugados cuando se subía al tractor. Recuerda una amenaza: "Si buscaba ser héroe me iban a utilizar como escudo".
—Hay personas que ante situaciones límites se olvidan o recuerdan apenas una parte de lo ocurrido. ¿A vos que te pasó?
—Recuerdo todo. El lunes 11 (de enero de 2016) voy al trabajo. Antes, paso por la comisaría para preguntar por la seguridad en el lugar. Yo venía siguiendo el caso; como todos, por radio y televisión. El 9 (dos días antes) la policía había estado revisando el molino por si andaban en las inmediaciones.
—En ese momento había altas probabilidades de que los dos prófugos podían estar en la zona.
—Claro, porque al primero (Martín Lanatta) lo habían encontrado a dos kilómetros del molino.
—¿Qué pasó cuando llegaste al Molino?
—Llego a mi lugar de trabajo y lo primero que hago es una recorrida por el lugar. Veo un furgón con bolsas vacías y con el perno de seguridad fuera de su lugar. Ahí es cuando empecé a sospechar y llamé a un contacto amigo que trabaja en las TOE (Tropa de Operaciones Especiales).
—¿Qué hiciste vos?
—Por temor a que saliera en la moto y me confundieran con un policía, me subí a uno de los tractores. Dos minutos después, cuando miro hacia el costado, los tenía apuntándome.
—¿Los reconociste inmediatamente?
—Te digo la verdad, en un primer instante no los conocí; luego sí. Me preguntaron si sabía quienes eran. Yo le dije que no, a pesar de que ya los había identificado.
—¿Dónde te llevaron?
—Hacia el vestuario. Pedían agua caliente, se querían bañar. Habían estado recorriendo el molino. Tenían hambre, pedían agua y comida.
—¿No opusiste resistencia?
—Tuve un flash, un relámpago. En un momento pensé: «Me le tiro a los dos encima». Porque estaba arriba de un tractor. Pero me tranquilice. Yo ya había dado aviso a la policía.
—¿En algún momento pensaste lo peor?
—Sí. Ellos me dijeron que si yo buscaba ser héroe me iban a utilizar como escudo. Pensaba en una posible balacera, en dónde refugiarme.
—¿A pesar de estar cansados ellos querían continuar con su fuga?
—Sí, estaban cansados pero nunca tuvieron intenciones de entregarse. Pero querían seguir, me preguntaban por rutas porque querían llegar al Paraguay. Me pedían vehículos, llave de los camiones. Incluso en la mochila que tenía puesta llevaba la llave de los dos camiones que estaban estacionados, de la camioneta y de todo el molino. Yo les dije que no tenía nada, pero la historia pudo haber sido otra.
—¿Cuánto tiempo compartiste con ellos?
—Más o menos una hora, una hora y diez minutos.
—¿Cómo fue que llegó finalmente la policía?
—Llegó porque yo había dado aviso que estaba ahí. Además, como mencioné antes, le había avisado a un conocido de Helvecia que trabaja en la fuerza; de que había algo sospechoso. Me piden el teléfono por si había hablado a la policía. Les digo que no. Me pidieron el teléfono, incluso me lo devolvieron porque no encontraron nada. Yo había borrado la última llamada. Me dijeron que me pusiera en la puerta así me utilizaban como escudo. Entraron por la parte de atrás del vestuario (la policía). En ese momento, Lanatta dice «No pasa nada, estamos por tomar unos mates y ya entramos a trabajar».
—¿No hubo resistencia?
—No tuvieron la oportunidad de resistirse porque fueron sorprendidos, estaban rodeados. No les dejaron escapatoria, aparecieron por atrás; se pusieron en la puerta.
—¿Cómo fue la salida de ese lugar, del vestuario?
—En un momento pensé que me iban a tomar del cuello y que, como me había dicho, me iban a utilizar de escudo, pero no. La policía nos pide que salgamos con las manos en alto. Yo me pongo las manos en el pecho y le hago seña con el dedo a mi amigo (agente de la fuerza) que atrás de la puerta había uno. Los policías piden que salga el que estaba detrás de la puerta porque me habían entendido la seña. Cuando están saliendo los tumban, los reducen; les quitan las armas y los detienen.
—Fuiste una pieza fundamental para lograr la detención de los prófugo. Se ofrecía una recompensa en aquel entonces. ¿No recibiste nada?
—No, nunca recibí nada. Siempre esquivaron ese tema. Me han hecho preguntas en Buenos Aires pero siempre evadieron esa posibilidad. También tuve la oportunidad de que el gobernador Lifschitz me recibiera en Casa de Gobierno. Me dijo que me iba a dar una mano y nunca tuve ninguna novedad.
—Ya pasaron cinco años de aquella mañana. ¿Qué te pasa cada vez que tenés que ingresar a tu lugar de trabajo?
—Se me vienen recuerdos, como si estuviera pasando ahora. Cada tanto con mis compañeros conversamos y yo les cuento.
—¿Nunca tuviste temor por alguna represalia?
—No, yo fui un boludo más que engancharon sin querer. Nunca pasó nada extraño. Nunca pasó nada, gracias a Dios. Nunca recibí amenazas. El trato con ellos fue bueno, nunca trate de hacerme el héroe.