Desde 2010, el 24 de noviembre es el Día del Vino Argentino. Ese día se firmó el decreto número 1.800 que se transformó en ley, el 3 de julio de 2013, y que declaró al vino como la “bebida nacional” de la Argentina.
Chinchín para festejar el Día del Vino Argentino
Está claro que se trató más de un acto político, sin embargo, significó un importante apoyo institucional para la vitivinicultura, ya que reforzó el concepto de vino argentino como parte de la identidad y la cultura nacional.
Se hacen vinos en la Argentina desde hace casi 500 años. Esto supone una vasta historia y gran experiencia. No obstante, los primeros 350 años, desde 1556, fueron de una producción artesanal y solo pensando en un consumo regional.
Fue Domingo Faustino Sarmiento quien, a mediados del siglo XIX, implementó los cambios necesarios para convertir a esa producción en una industria. Contrató profesionales de Francia e hizo importar las vides más importantes de aquel entonces, entre las que estaba el Malbec. Gracias a todos esos cambios, a finales del ese siglo, gran cantidad de inmigrantes italianos y españoles llegaron al país por el puerto de Buenos Aires, y se dirigieron en tren, directamente a la región de Cuyo para dedicarse a la vitivinicultura.
Ya en la década de 1930, la Argentina contaba con un importante mercado de consumo, reflejo de la prosperidad de la época. Pero las sucesivas crisis hicieron tambalear a una industria que asomaba con mucha prosperidad y en constante y sostenida crecimiento. Claro, esos vinos eran consumidos en su totalidad en el mercado interno, a imagen y semejanza de los vinos europeos. Esto produjo no solo una sobreproducción, sino un gran descuido de la calidad, haciendo que, en un momento determinado, más allá de las adulteraciones, el consumidor cambiara su vino de todos los días, por la cerveza. Por aquel entonces, el consumo per cápita de cerveza era casi nulo, mientras que el de vinos era de 90 litros per cápita; el más importante del mundo.
Esto reflejaba dos cosas, que el vino era parte de las costumbres de los argentinos, pero a su vez, se podía hacer cualquier cosa con tal de vender una botella más. Así fue como las grandes bodegas, incluyendo algunas de las más grandes del mundo, tuvieron que cerrar. Por suerte, siempre hay excepciones. En este caso fueron los productores que defendieron en su momento esos viñedos que con tanto esfuerzo vieron crecer y gracias a ellos se salvó el Malbec. Porque de las 60.000 hectáreas plantadas, habían quedado solo 15.000, ya que la mayoría de los viñateros había preferido reemplazar la “uva francesa” por una más productiva. Hoy el Malbec es el estandarte de la vitivinicultura nacional, con 50.000 hectáreas.
La importancia del vino argentino para el país
Lo que siguió se conoce. Con la convertibilidad de los 90 las bodegas pudieron tecnificarse y así comenzar a elaborar los vinos pensando en mercados más exigentes. Comenzó la exportación, surgieron los varietales y el vino argentino recuperó protagonismo. Claro, sigue estando muy lejos de donde debiera. Porque si bien continúa en el “top ten” de los países productores, ya no está entre los diez países que más exportan. Además, el consumo interno se mantiene en alrededor de los 22 litros por año por persona, una cifra baja para lo que representa culturalmente esta bebida.
Lo mismo pasa si se mira la balanza comercial de la Argentina. El vino, con sus 800 millones de dólares de ventas al exterior, no mueve la aguja. No obstante, es el producto del campo con mayor valor agregado que se produce en el país, y también que se exporta. El vino de más alto precio tiene mil veces el valor del vino más económico.
Por otra parte, la diversidad del vino nacional es tal que existen más de 6.000 etiquetas en todos los segmentos de precio. Claro que la mayoría de los vinos, producidos y consumidos, no tienen muchos atributos. Eso sí, son correctos y cada vez están mejor elaborados, como todos los demás. Porque si hay algo que no se detuvo en estos últimos treinta años, fue la mejora de la calidad. Y justamente son los vinos con valor agregado los que iluminan el camino. Porque más allá de las posibilidades de los consumidores respecto de su poder adquisitivo, todos tienen a disposición buenos vinos para disfrutar.
Tanto ha evolucionado la industria que hoy la calidad ya no es un valor agregado sino una obligación. Es por ello que, en los vinos de alta gama, son los pequeños detalles los que marcan las grandes diferencias. Para muchos es increíble que una botella de vino pueda costar $100.000, mientras que para otros suena lógico ese valor. Ya que los vinos no se miden por lo que cada uno pueda pagar, sino por lo que valen. Y si alguien los puede pagar, es porque lo valen.
Y esa es la importancia del vino argentino, porque es un producto agrícola que no tiene límites. Hoy, muchos hacedores han encontrado lugares especiales que, por suelo y clima, se destacan del resto. Pero no es solo una cuestión geoclimática, mucho tiene que ver la participación del hombre, observando e interpretando para intervenir lo menos posible en la naturaleza. Cada cual con un concepto y siguiendo el sueño de hacer vinos únicos, porque los lugares lo permiten. Y al mismo tiempo, que la cultura del vino se siga desperdigando, porque de nada sirve que ellos hagan el esfuerzo y logren grandes vinos si no hay consumidores para disfrutarlos y valorarlos a la misma altura.
El vino es importante para los argentinos, incluso para los que no toman, porque en cada historia de familia, la bebida nacional ha estado presente. Hoy, los hacedores aseguran estar elaborando los mejores vinos argentinos de la historia, y hay cosas concretas que lo confirman: premios internacionales, puntajes sobresalientes, eventos masivos con el vino como protagonista, entre otros.
El vino es parte de la cultura popular de este país y como tal hay que promoverlo, independientemente del nivel de consumo de cada uno, como al mate, al dulce de leche, a las carnes. Porque el orgullo de saber que algo “nuestro” se hace muy bien trasciende el gusto personal.
Una botella de vino argentino hace quedar muy bien al país en el mundo porque refleja muchas de las virtudes naturales.
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