Juan tiene 27 años, terminó la secundaria y estudió música, pero la pandemia por coronavirus y la crisis económica del país lo pusieron en una situación de necesidad y lo empujaron a la calle para "hacerse el mango". Pasó los últimos siete meses en un semáforo de la ciudad como limpiavidrios hasta que el último domingo, esa misma esquina, le "abrió una puerta". Carlos, dueño de un bar, le ofreció trabajar como mozo. Este domingo se cumple una semana de su nuevo trabajo: una semana de una historia de perseverancia, de necesidad y fe.
De limpiavidrios a mozo: una historia de perseverancia y fe

Juan pasó de limpiavidrios a mozo. El semáforo de Bulevar y Urquiza le "abrió una puerta" al trabajo.

Juan pasó de limpiavidrios a mozo. El semáforo de Bulevar y Urquiza le "abrió una puerta" al trabajo.

Juan pasó de limpiavidrios a mozo. El semáforo de Bulevar y Urquiza le "abrió una puerta" al trabajo.
"No te voy a mentir, al principio me dio mucha vergüenza estar en el semáforo con la escobilla para limpiar vidrios y que me vea gente conocida, que mi familia se entere lo que estaba haciendo por necesidad. Después entendí que era honesto y que lo hacía como medio para salir de la calle", comenzó contando Juan a UNO Santa Fe.
Juan siempre trabajó como gastronómico en la ciudad, ya sea como lavacopas, en la cocina, en la barra o como mozo. La pandemia, las restricciones y la crisis económica que pasó el sector de la gastronomía, lo dejaron sin trabajo. Aturdido, perdido y agobiado por la necesidad, transitó los últimos siete meses en el semáforo de Bulevar Pellegrini y Urquiza trabajando como limpiavidrios. "Pasé muchos meses sin conseguir trabajo y no sabía qué más hacer. Un día, un amigo me dijo que piense como alternativa la posibilidad de cuidar autos ya que la plata estaba en la calle", sostuvo el joven de 27 años oriundo de barrio Schneider.
"Fue muy difícil la decisión de instalarme debajo de un semáforo como limpiavidrios, pero la desesperación por trabajar fue más fuerte. Si bien primero comencé cuidando autos como trapito en la zona de Suipacha y San Luis, una persona me regaló una escobilla convenciéndome que de ese modo iba a poder obtener más dinero", resaltó Juan y agregó: "Empecé a probar unos días pero la verdad que no me gustó mucho el trato que tenían los limpiavidrios con los conductores. Ahí fue que entendí que la gente necesitaba que los traten con respeto, con gratitud, y que no se les tiren sin aviso ni permiso de manera agresiva sobre el parabrisas".
En los primeros días, Juan comenzó a dialogar con atención y obediencia con todo el mundo contando su historia y porqué estaba ahí. Los conductores lo empezaron a conocer. "Mi nombre es Juan, soy gastronómico y hace poco me quedé sin trabajo. Hago esto solo para sobrevivir y si nace de tu corazón poder colaborar conmigo te lo voy a agradecer; y sino, la próxima voy a seguir estando acá. Que tengas un hermoso día", era la plática cotidiana del joven con los conductores.
Esa actitud lo puso en problemas y conflicto con los limpiavidrios que ya estaban en dicha esquina. "Al semáforo se viene a limpiar vidrios, no a mendigar ni a chamuyar", era lo que le decían los "originales" trabajadores de la zona. "En la calle se ve mucha droga y alcohol todo el día; yo me alejaba de eso y no era bien visto por los que ya estaban de limpiavidrios", remarcó Juan, que todos los días desde las 8 ya se lo veía parado debajo del semáforo.
El semáforo, una oportunidad
Un día, paró con su auto en el semáforo de barrio Mariano Comas, Sebastián, un hombre que le ofreció a Juan pintar la pared de su comercio en el norte de la ciudad. Durante una semana realizó el trabajo de pinturería y luego volvió a la esquina de Bulevar y Urquiza. La cadena de recomendaciones ya había empezado.
Fue así, que hace exactamente una semana, el pasado domingo, a mitad mañana, frenó Carlos en el semáforo: "¿Vos sos Juan?", se escuchó desde adentro de un automóvil. Así comenzó la charla entre el dueño de Impronta Bar, ubicado en la esquina de 4 de Enero y Obispo Gelabert, y Juan, que iba a terminar finalmente trabajando ese mismo día como mozo.
"Ese domingo ya había juntado casi 2.000 pesos trabajando desde las 8 en el semáforo y estaba a punto de irme. Carlos llegó justo y me ofreció lo que estaba esperando desde el primer día que llegué lleno de vergüenza a la esquina", recordó Juan.
"Fue Sebastián el que me recomendó a Juan, ya que le había realizado un trabajo de pintura en su comercio días atrás. Como le contó que ya tenía experiencia como gastronómico, me sugirió la idea. Ese domingo pasé para hablar con él y le dije que ese mismo día lo esperaba en el bar para probarlo de mozo. Nunca dudó de mi propuesta y hoy ya hace una semana que trabaja todos los días con muchísimas ganas de salir adelante y crecer", subrayó Carlos, dueño del bar Impronta.