Miguel Ángel Cáceres tiene 66 años, cinco hijos y siete nietos. Trabaja de lunes a miércoles de 8 a 20 en Laprida entre Bulevar y Alem, en las dos cuadras y media en las que está hace más de dos décadas. El verde del pasto que se junta debajo de los pilares del puente Nicasio Oroño y el marrón de la laguna Setúbal en el horizonte son la escenografía de fondo de la "oficina", que lo ubica a cuidar los coches que llegan a esa zona de Candioti sur.
La historia de una familia de trapitos que trabaja en la misma calle hace 22 años
Con un trapito naranja en la mano y un carné con sus datos colgado en su buzo bordó, indica cómo estacionar a los conductores. Los que lo conocen lo saludan, le preguntan cómo está él o algunos de sus nietos, de los que siempre habla. "Acá me conocen todos los vecinos, a nosotros nos quieren todos. Siempre estoy tranquilo, me las arreglo solo, no molesto a nadie. Acá la gente está contenta, me tocó un barrio bueno gracias a Dios. Conocemos a toda la gente. Hay que ser amable, educado, sino, te sacan", dice Miguel a UNO Santa Fe. El resto de los días de la semana está su hijo, que también se llama Miguel. Luego, los fines de semana a la madrugada está otro hombre que es vecino de ellos en Alto Verde.
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"A veces te dan cinco, diez pesos, un poco más o nada. Agarro lo que me den. No tengo un sueldo mínimo, ni nada seguro. Es el día a día. Tampoco tengo aportes para jubilarme", explica sobre la supervivencia diaria y reflexiona: "Somos pobres, pero educados. Lo único es que Macri nos está matando. Un kilo de pan a 70 pesos, no se puede. ¿O miento?", relata. Sobre la historia de cómo comenzó a ser trapito, señala que llegó al puesto, porque el cuidacoches que estaba antes –que era un vecino– se suicidó.
"Si no trabajás, no comés. Es así de simple. Esto es un trabajo. Si vos tratás bien a la gente y sos bueno en lo que hacés lo seguís teniendo, sino no. Los ayudo a los chicos que llegan a mudarse, lavo los autos, les doy de comer a los gatos que andan por la vereda, un poco de todo". Además, Miguel hace trabajos de albañilería cuando no le toca su turno en el puesto callejero. Vive con su mujer, Mirta, que trabaja en la casa de los dos haciendo quehaceres domésticos.
En relación a las situaciones de violencia de parte de cuidacoches en el centro de la ciudad durante la madrugada que se dieron a conocer, Miguel reflexionó: "Depende cómo sean los trapitos. Muchos se enojan. Y vos date cuenta que como está la situación del país estamos todos iguales. Vos te querés comprar algo y no podés. Está duro para todos. Nosotros hasta ahora estamos bien, vivimos de esto. No podemos decir otra cosa. Acá por lo menos estamos contentos, de la gente no me puedo quejar, son educados y no tenemos problemas con nadie".
Al ser consultado sobre cómo se mantiene en el tiempo el territorio para vigilar los vehículos en la calle, Miguel comentó que tienen un permiso municipal, ya que "están en el registro de cuidacoches hace tiempo y ahora nos dijeron que nos van a dar un nuevo carné, nosotros dependemos de la Municipalidad. Tenemos que cuidar la parada, no ser maleducados ni faltarle el respeto a nadie, como cualquier trabajo. No se puede andar paveando".